Es el corazón de los Altos de Jalisco: Jalostotitlán.
Durante siglos, la celebración más importante ha tenido lugar durante la primera quincena de agosto, son las fiestas patronales: amor y devoción a Nuestra Señora de la Asunción.
Como año tras año el último domingo de julio trae consigo a la bendita imagen peregrina de María que regresa desde Guadalajara para estar con su pueblo, vuelve acompañada por la cabalgata de romanos y la multitud de sus hijos.
La fiesta se nota en los arreglos de las calles, en las cortinas del templo, en sus flores; y en la nueva vestimenta que porta la Virgen, quien sale al atrio de su basílica a bendecir a sus fieles, y entra gloriosa para elevarse a su altar y ser colocada en su trono, cual Madre asunta a los cielos para ser coronada como reina de cielo y tierra.
Repican las campanas para cantar las mañanitas durante dieciséis días, y todas las tardes los gremios peregrinan al templo, acompañados por los cohetes, la música, la danza y la grande fe; le ofrecen sus dones y se llenan de alegría.
Los choferes y los carros alegóricos desfilan por el pueblo el 14 de agosto, reviviendo la ancestral tradición; y la pirotecnia, luces y felicidad, alumbran el firmamento cada noche, lo llenan de gozo y rebosante júbilo.
Quince de agosto: la Asunción de la Santísima Virgen, reina de todo lo creado, quien sale a pasear por las calles rodeada de sus hijos, que la veneran, la aplauden, le lloran, le cantan.
Es la fiesta de Nuestra Señora de la Asunción.
Es una tradición de Jalostotitlán.
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