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Víctor Santos

Arandas


Parecí condenado a un dulce destino tras arrastrar siempre la misma figura. Había para mí un lugar preparado que no busqué nunca y me esperó siempre. Sabía que iba a pasar, pero ni Dios me comprendía. Tomó más tiempo del pensado, como prestado por la eternidad, y aún creo que providencialmente el plazo llegó con ligero retraso.

Hoy se ve como fatalidad que logró ser prefigurada, una visión tan clara que no distó de lo real, y negada tantas veces que por otros caminos condujo y al final volvió a la senda trazada.

Rompí mis esquemas y cumplí lo anunciado, por fin acepté lo inevitable: vivir en este estado y justo en el lugar con el que soñé, donde quería estar desde el principio y con el corazón, donde rebeldes la mente y la voluntad no querían llegar. Ahora entiendo por qué hasta hoy tomé en mis manos la oportunidad dorada que mi alma sabía que había de encontrar: para existir en tiempo de gracia, para dejar de soñar.

Se ha hecho real esa fatalidad prefigurada, el hado profetizado por mi mano que sigo creyendo Dios me regaló y en el que soy más feliz que siempre. La visión tantas veces negada me llevó por otros caminos y finalmente volvió a la senda trazada.

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