Una imagen constante en mi mente revolotea y alegra mi alma,
serena mis pensamientos y calma el dolor pasajero
que por un rato muerde al corazón:
es una vista de playa, tranquila como ella sola,
un atardecer lleno de luces y dentro del mar un delfín alegremente saltando,
plácidamente nadando y emitiendo el dulce sonido de la felicidad hecha carne,
del pleno goce de la vida que transmite encontrándose en cualquier estado;
una voz que aclama al Señor con gratitud en los labios,
una eterna sonrisa suavizando el peso de la nostalgia,
y una parte de mi corazón pincelada en esta pintura:
el delfín más bello en que puedo pensar,
“el rostro del amor”, mi amiga: Carmen.
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